La dignidad del hombre
Ignoro como apareciste es mi vientre, yo no soy quien te ha dado el
espíritu y la vida. 2Mac. 7,22
En los libros de la Biblia especialmente en el cap. 17
del Sirácides,
se describe la estructura del hombre: su origen, tiempo de vida, dones
espirituales, morales e intelectuales de que viene revestido.
El hombre no viene al azar. No es producto químico de
la materia, sino una criatura que trae la imagen y semejanza de su autor. Si el
Espíritu Santo no lo dijera, debíamos dudar. Pero El mismo lo confirma una y
otra vez en la Palabra, ratificando que el hombre es obra suya, es el reflejo
de su aliento.
En dicho capítulo del Sirácides que nos dice que tiene
ojos, lengua, cabeza pensadora para que, viendo las cosas, glorificara al
creador, llamándolo al libro de la Sabiduría, insensato al hombre que no ha
cumplido su misión de glorificador del creador.
Le dio inteligencia, la ley, la ciencia del bien y del
mal. Le puso en su mente su ojo interior para que conociera las grandezas de
sus obras y ensalzara su nombre.
Guárdense de toda injusticia, todos sus pecados están
delante del Señor. Su conducta esta siempre a la vista del Señor. Eternamente
ve por dónde anda el hombre, pues todas sus obras están a sus ojos tan claras
como el sol.
Guarda la limosna como un sello precioso, conserva un
beneficio como la niña de sus ojos. Los recompensara y les pondrá un premio
sobre su cabeza. Por eso, San Pablo declara que, aunque el pueblo romano no ha
recibido las leyes mosaicas, los libros sagrados es sin embargo, responsable de
sus actos porque no ha dado gloria de Dios verdadero, sino a los vicios y
criaturas que ellos se han formado como Dioses. Con mayor razón el bautizado,
cuya vocación es más exquisita, tiene mayor responsabilidad de vivir según las
enseñanzas naturales y evangélicas.
Esta meditación me debe llevar a sopesar mi dignidad
humana, conocidas las cualidades que Dios me
ha dado, Jesús del Gran Poder, ilumíname, porque siendo
católico llevo una vida peor que la del pagano romano, cuyos vicios los
predicaba y los veneraba como a dioses. Me santiguo, entro a la iglesia
católica, pero tengo una multitud de creencias que esclavizan mi vida. Señor,
ten piedad.
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